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DECADA DE LOS CUARENTA:
La primera caja de colores fué un regalo que le hizo su padre después de trabajar como su ayudante en Villamalea, donde estuvo explicando a los labradores cómo debían tratar las plantaciones de almendros. Aquel día después del trabajo, cuando llegaron a Albacete, el chico se paró ante el escaparate de una librería de la calle Ancha, donde Rafael se fijó en una caja de colores que necesitaba. El hombre bueno que era Miguel Requena, y que quizá en el fondo del corazón veía a su hijo como un artista aunque no creyese, según decía, en aquellas cosas, le compró una caja de veinticuatro colores.
"Para mí fué aquello -dirá Rafael medio siglo después- como un regalo del cielo. Mis padres me daban lo que necesitaba, pero lo de estudiar Bellas Artes no lo veían claro, seguramente no estaba a su alcance económico y les doliera tener que negarme esas cosas, además lo de ser artista en aquella época y en un medio rural no les parecía un porvenir serio, incluso no estaba bien visto. Sin embargo yo insistía tanto que debieron pensar que la vocación era cierta y que tenía mucha fuerza dentro de mí, además mis maestros, las personas relacionadas con mis padres que veían mis dibujos y pinturas y mis propios compañeros, estaban convencidos de que yo tenía cualidades para ser pintor." En una ocasión fue con su padre a Manises, donde un amigo les presentó a varios empresarios ceramistas, Rafael les mostró sus dibujos, a ellos les pareció que las condiciones del chiquillo eran buenas y adecuadas para el aprendizaje, pero en menos de seis meses no le podían garantizar el pago de su trabajo. Aún aprendiendo sin ser remunerado, a su familia le era imposible costear su estancia en Valencia. "Mis padres ante las escasas posibilidades decidieron que no era factible mi traslado a Manises, ahora años después pienso que si se hubieran arriesgado, yo estaría haciendo cerámica, otra clase de arte del que en realidad deseaba”. Rafael seguía soñando, quizá ya entonces aprendiendo, a cada momento, que su sueño era difícil, casi imposible de renunciar.
Isabel Montejano.
DECADA DE LOS CINCUENTA:
FINA BURGOS.
Hacía poco tiempo que había comenzado a hacer el servicio militar, cuando conoció a Josefina
Burgos. Iba a verla de paisano, porque el día que ella le dio el sí al noviazgo, le confesó que no hubiera salido nunca con un soldado. "El caso es que nos pusimos a festejar y como yo era un muchacho tímido, aunque decidido cuando hacía falta, un día me presenté con el uniforme del cuartel, que era azul y bonito y, ya no tuvo posibilidades de renunciar." Pronto Fina y Rafael compartieron los mismos sueños y se dieron cuenta de que no eran imposibles, lo que era duro conseguir por uno mismo, entre los dos resultaría más fácil. La ambición de ambos eran el amor, la vida y el trabajo compartidos, crear un hogar caliente de cariño, aunque los tiempos fuesen difíciles.
El mismo año que Rafael se licenció del servicio militar, ingresó en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando. Se había preparado a fondo y estaba firmemente convencido de que alcanzaría su meta: "me había propuesto entrar a la primera y lo hice, como años más tarde de la misma forma, me propuse sacar a la primera mi cátedra y lo conseguí. He sido muy tesonero, si algo se me resistía lo conseguía insistiendo y nunca me humilló tener que repetir algo, eso iba consolidando en mi manera de ser, un estilo.
Y aquel día que entré como alumno en Bellas Artes... .Rafael se emocionó, él que es hombre de palabra sencilla y sensible, no pudo ni quiso evitarlo. Luego, continúa: "tuve como profesores a artistas de gran prestigio como Julio Moisés, Luis Alegre, Capa, Labrada, Chicharro y Francisco Echauz, el catedrático más joven de Bellas Artes y recién llegado de Italia. Por entonces, Requena seguía solucionando el "modus vivendi" con sus trabajos de retoque y coloreado de fotografías. Terminaba las clases y se ponía a trabajar, era formal en las entregas y tenía buena fama entre el resto de los profesionales, así cuando había un trabajo especial se lo encargaban a él. "Gracias a ello, Fina y yo nos casamos en 1955 a los cuatro años de noviazgo. Yo le advertí que mi trabajo era autónomo y quería ser pintor, pero a ella no le importó, nos gustaban los chiquillos y nos convertimos en un matrimonio feliz. Fina se integró inmediatamente en el mundo del Arte y nuestro hijos fueron siempre, de chicos, como las "mascotas" del grupo de compañeros de curso. Económicamente los tiempos eran difíciles, Rafael consiguió una beca de estudios del Sindicato del Campo, por un valor de cuatro mil quinientas pesetas al año, una aportación muy escasa, pero se dijeron: "esta beca es un reto y supone tener que aprobarlo todo". Su significado no era económico, sino un estímulo a su propia confianza.
Isabel Montejano.
DECADA DE LOS SESENTA:
LOS AÑOS DUROS.
Estuvieron algún tiempo viviendo de alquiler, luego cuando llegaron los hijos iniciaron la aventura de buscar un piso propio, y se fueron a vivir a la calle Huerta de Castañeda, "era una casa sencilla pero bonita, en ella nos sentimos siempre felices Fina, los chicos y yo. Éramos como los amos del mundo, ellos me ayudaban a seguir trabajando y estudiando. Mientras yo estaba a mi tarea, Fina preparaba la merienda y se llevaba a los chicos a la Casa de Campo que estaba muy cerca. Nos defendíamos bien porque teníamos ilusión y amor ." Fueron tiempos duros, en los que los dos tuvieron que trabajar codo a codo para salir adelante, luchar para conseguir el objetivo trazado. Rafael dice: "agradezco aquellos años, porque nos han servido de mucho."
Terminó sus estudios de Bellas Artes y empezó a pintar. Desde el primer momento, Josefina Burgos se puso al lado de su esposo y así les hemos visto los amigos siempre. La ayuda de Fina fué siempre tan importante para Rafael, "que de eso -dice él- podría escribirse otra historia. Mientras que a mí no me importaba ponerme a trabajar sábados y domingos, ella se iba a entregar mis trabajos. Los chicos eran unos ángeles y también me ayudaban todo lo que podían. Todos, los cinco, estuvimos siempre en la misma aventura de conseguir los sueños. Crear una familia así, fué tan importante para nosotros como tener un tesoro compartido y eso me centró mucho en la pintura. Recuerdo que durante el curso, nos reuníamos en el estudio de algún compañero y hacíamos excursiones por los alrededores de Madrid para pintar. Fina hizo suyo mi proyecto desde le primer momento y conseguirlo, fue cosa de la familia compartido por toda la familia Requena Burgos. Fina fue siempre el apoyo en todo, cuando conoció Caudete se integró en la familia y en el pueblo. Siempre, en lo que hay a mi alrededor está ella. Los dos hemos tenido un hermoso concepto de la familia. Para mi como hombre, fue siempre una satisfacción poder compartir todo lo que sentía como artista, con una mujer como es Fina, mi esposa, la madre de mis hijos, la lealtad de toda una vida.”
Isabel Montejano.