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ARTISTA INVITADO
ÁNGEL DEL CAMPO Y FRANCÉS
Viajero:
XII
MÁS ALLÁ DE LOS OCHENTA Y NOVENTA
No tengo más remedio que ir acercándome al final del ya anunciado
epílogo, en que pesan los fallos en mi audición a pesar de ir
progresando en mis novedosos audífonos, que van elevando más
el precio que la potencia auditiva, conforme también se elevan los
años que voy cumpliendo. Recuerdo y lo tengo muy presente, un magnífico
retrato de mi abuelo Plácido Francés, pintado por mi tío
Emilio Sala, en el que le fuerza el oído, doblándole la oreja
sorda como gesto habitual (otra cualidad heredada).
HE SUPERADO LOS NOVENTA AL LLEGAR AQUI ESCRIBIENDO. Para
este singular acontecimiento vine preparando la celebración que guardé,
evocando el viaje colectivo a TIERRA SANTA, dirigido por don Francisco Oyamburu,
párroco de Torrelodones, dramática y prematuramente fallecido
hace ahora seis años. Como los preparativos del viaje estuvieron fijados
para septiembre del mismo año 89, en que resulté elegido académico,
no vacilé en otorgarle "significado de acción de gracias"
al peregrinar al mismo suelo vivido por Jesucristo. Y tanto lo divulgué
entre don Francisco y los familiares, que renuncié al signo turístico
de siempre, la cámara fotográfica (que mucho la eché
de menos).
No obstante, ahora voy juntando, sin querer, recuerdos con sentimientos hacia
las personas queridas, y así me asaltan los de don Francisco y los
del piadoso Cándido Salinero, -al que yo traje de Jerusalén,
una crucecita de Olivo de Getsemaní- Recuerdos confusos, geográficos
de la Tierra Santa, y recuerdos históricos de la Santa Escritura, en
los "lugares" sabidos, se me difuminaron sin cámara fotográfica,
y me culpo por adelantarlos impensadamente.
Los Santos Lugares
Hay una mancha cromática que desciende desde un azul de cielo hasta
un ocre festoneado que ondulea hasta perderse, dorado, en unos pies temerosos
de pisar matojos verdigrises con resecales mal repartidos. Manchones amplios
perdidos de sombras breves y recortadas, añorantes de chumberas y pequeñas
arboledas que recogen algunas piedras viejas labradas que señalan alguna
tumba. Antes de identificarlas, se sabe que debajo podrían encontrarse
manojos de rollos bíblicos y papiros enterrados. Tierras con color
de Santos que dejaron huellas con nombres para sus piedras; gran prodigio
el de unas tierras hoscas que, al morirse, acogieron las semillas de Dios
y las tornaron perdurables bajándolas al más hondo de sus mares.
¿Qué país es ese que a un lugar del Huerto se le llama
"Padre nuestro"? Lo definió JESUCRISTO. Al fondo hay una
vidriera en que se apoya el Altar Mayor y le atraviesa brillante, el amarillo
de la muralla almenada de Jerusalén. Rompe esa línea horizontal
amurallada, el hueco de una de las grandes portadas apuntadas, la Puerta Dorada,
donde tuvo lugar el famoso encuentro de S. Joaquín y Sta. Ana del que
nació, nada menos, que la Santísima Virgen María.
La vista se expande al través del altar, sobre el panorama abigarrado
del Jerusalén rematado por la monumental cúpula dorada. Se dice
que en el pasado Jesucristo lloró sobre este panorama tan aflictivo,
tanto o más, como el de ahora. También lloran los judíos,
que reservan "sus lamentaciones" a un tremendo murallón en
cuyas junturas las esconden, bajo el duro sol de mediodía.
Más hacia el Norte, creo yo, por la Puerta de Damasco -en la que también
creo que se iniciaba el camino donde cayó Pablo el de Tarso-, se entraba
en la Ciudad vieja donde abundan los "señorines de negro"
con sombreros de paredilla y buclecitos colgados de las sienes; donde las
calles tortuosas con arcadas como arbotantes, funden sus mercancías
palestinas con nombres y huellas tan evocadores como el de "Vía
Dolorosa", seguidoras de la Pasión de Cristo, todas conducentes
a la Iglesia del Santo Sepulcro en su franciscana rinconada anodina.
La oscuridad catedralicia que rigió, como siempre, el respeto litúrgico,
nos obliga en devoción a evocar a los cruzados y quizá a los
templarios. Precisamos de una invocación santificarte, como las promovidas
por la Misa de don Francisco -en una capilla independiente-, para situarnos
espiritualmente en el trance que el lugar obligaba a los creyentes, trasmutado
en el Sepulcro evangélico de San Mateo, -corrida la piedra y encontrarlo
vacío- con el doblado Sudario. Varias vigilias al lado, pasamos junto
a las rocas del Gólgota rescatadas bajo unos cristales con la hincada
de la Cruz de madera; buena prueba para los cristianos que logramos superar
el milagro de la LUZ con la sombra del DOLOR.
No menor, aunque de signo contrario, la que inspira con luces y vistosidad,
la Iglesia de la Natividad donde, saltando con abuso del fulgor a los profusos
testimoniales del lugar, hicieron este monumental escondite de Belén
que al tacto hay que identificar por un ornamentado orificio en el suelo,
que lleva la mano a tocar al más bajo del Pesebre. Inadecuados resultaron
los alardes armados israelitas en los alrededores, amenazando desde las azoteas
a los soldados en trance de guerra por "la Intifada" declarada entonces.
Sin más consecuencias que la desagradable sorpresa bélica interruptora
del perdido "Jesusito de mi vida", volvimos nuestras imágenes
al recuerdo de las alejadas y atractivas estampas del mar de Tiberiades, donde
mi plan religioso adquiría pronto su componente turística, empezando
en lo que fueran márgenes de Cafarnaún hasta acabar la travesía
en el club deportivo náutico y degustar el espinoso pescado (sampedro)
de aquellas aguas, que JESÚS cruzó andando sin mojarse. Pero
pecaría omitiendo una grata tertulia en la pedregosa y umbrosa orilla,
donde la consabida capillita registraba el "Tú eres piedra",
que pronunció el SEÑOR cuando otorgó la primacía
de los Apóstoles a S. Pedro. Y de allí conservo el más
afectivo de los recuerdos: un canto rodado de negra naturaleza volcánica
cabido en la mano, que pudo haber pisado CRISTO, pulido por el vaivén
de las aguas del lago, con más de dos mil años de rodadura.
Misteriosas las aguas del largo río Jordán, que marcan una frontera
natural entre continentes, lo disfrutamos desde el lago Tiberiades sin acordarnos
de las de Juan Bautista; en uno de sus remansos, un grupo de devotos baptistas,
cubriéndose con blancos "camisones" y chapuzándose,
nos sacaron del olvido y nos mojaron los pies; pero lo más sorprendente
nos pareció ser que añadiendo unos cientos de kilómetros
al sur, se le ocurrió al río morirse en sus quietas aguas azules,
disolviendo en ellas nocivos minerales que las dejaban convertidas en"Mar
Muerto” hasta su más inexplicable hondura. Ironías aparte,
el fenómeno avisado -en cartelones cercanos-, de superar los cien metros
su hondura a la del Mediterráneo, tuvo graciosa confirmación
física haciéndonos flotar el cuerpo cuando tratamos de sumergirnos
al bañarnos en unas aguas tan densas. Al tiempo de extrañar
la grasienta y desagradable mojadura en los bañadores, se nos provino
la física de Arquímedes con el "empuje de abajo a arriba
del peso del volumen sumergido", haciendo cábalas con nuestras
pérdidas de peso.
El paisaje sorprendente que el cauce del río Jordán presentaba
en esta gran extensión de territorio profundo, completaba lo inesperado
de su facies desértica que con tanta frecuencia menciona la narrativa
bíblica. No es fácil de comprender la vida y las prédicas
en aquella ambientación tan inhóspita donde, con frecuencia,
los cuarenta días propenden a la meditación, al sacrificio y
definitivamente a la santidad. Si por una parte la abigarrada morfología
con tan tortuosos protuberantes tubérculos terrosos confirma al agua
erosionante, sorprende que sus formas curvas y barrancosas no se hayan deshecho
bajo tantos cálidos agentes ofensivos.
Con Don Francisco Oyamburu en Israel.
Pero lo sorprendente no es el ruinoso poblado que aún conserva su antiquísima
estructura urbana y doméstica, sino que en una determinada zona da
la ladera, el Qumram, se hallaron, hace pocos años, unas cuevas taladradas
sobre las verticales paredes inaccesibles, donde se conservaban colecciones
de rollos manuscritos de los siglos 1 y II anteriores a Jesucristo, conservados
en unos cántaros de barro cocido perfectamente legibles y pertenecientes
a la secta monacal del Qumram llamada de los "Esenios", a la que
fundadamente parece que perteneció el Bautista y tuvo por escenario
al propio Jesús de Nazaret. Como los israelitas actuales tienen en
la "Casa del Libro", custodiados en un bello Museo y mostrados transparentemente
los múltiples originales seleccionados, estuve yo una temporada interesado
por el tema y conservo las publicaciones de los investigadores de entonces;
curiosamente recuerdo una hipótesis de personaje esenio, mencionado
en el Evangelio cuando "Jesús señala dónde celebrar
la cena", diciendo que buscasen a un hombre que cogería agua en
una fuente, y le preguntaran a aquel que, por hacer oficio de mujer, sólo
podía ser esenio.
Al pasar revista, en un recorrido final, a los recuerdos de las huellas de
Jesús en tierra Santa, me aparecen dispersos aquellos que yo mismo
forcé al situar los conmemorativos de los episodios sagrados: me doy
cuenta de los lugares que no puedo situar en los mapas, para hilvanar los
itinerarios de entonces, la mayor parte de ellos formando parte de recorridos
complementarios y casi turísticos. Tal me sucede con la costa occidental
del país que desde el gran puerto de Haifa hasta todo el recorrido
desde el monte Carmelo, llegando hasta Tel Aviv con el aeropuerto y las fortalezas
marítimas intermedias de los cruzados, lo veo ahora relacionado con
las derivaciones interiores: la población de Nazaret, la subida en
automóvil al Monte Tabor con visita a la cónica basílica
de la Anunciación y abundantes conmemoraciones de lugares vividos por
la Virgen María y la Sagrada Familia.
Y, claro es, que no quiero olvidarme del Hotel donde pasamos las tres noches
de Jerusalén, cuyo nombre Hotel Monte Sión, de cuatro estrellas,
evocaba la visión enfrentada con ese nombre, de la zona meridional
del recinto amurallado de la ciudad. Edificado en la ladera inclinada del
valle del "Torrente Cedrón", tenía la entrada por
el quinto piso y se desarrollaba, cuesta abajo, con salones y atracciones
de un hotel elegante (el dueño resultó ser un judío español
amigo de don Francisco, de Madrid). Tuve la oportunidad de tertuliar con un
grupo animado de "peregrinos" de los nuestros haciéndoles
gala, con éxito, de mis escasas y mediocres facultades pianísticas.
De esta situación derivaba el obligado esfuerzo de bajar y subir sesgadamente
el valle del Cedrón, cada vez que remontábamos la subida a la
puerta de la muralla que nos encaminaba al Santo Sepulcro.
Termino este último recuerdo de Jerusalén, sin ya referirme
a la ingrata visita de la célebre y dorada mezquita de Omar y la llegada
al aeropuerto de regreso. Fue un improvisado paseo con Ana María, en
el que nos atrevimos a remontar solos, la solitaria entrada a la muralla por
la zona del monte Sión, por la que tropezando fuimos a atravesar un
complejo de vetustos inmuebles, un tanto herméticos, pertenecientes
a algunas aparentes sectas ortodoxas, que resultaron ser el interior de la
tumba de David, y que se comunicaba con el que señalaban como recinto
del "Cenáculo".
Nos emocionó conocer el de la "Última Cena" aunque,
sin querer, de modo defraudarte por las reformas arquitectónicas que
había transformado el lugar en un bajo-techo de arcos ojivales, debido
seguramente al tiempo de los cruzados y quizá al de los franciscanos.
Terminamos, un tanto al azar, el largo paseo hasta salir por la puerta conocida
de Damasco, tras atravesar pintorescas calles con raros comercios y encontrarnos
con una zona excavada en profundidad arqueológica, a un hondo nivel
romano, con pavimento enlosado y fustes fraccionados de columnas flanqueándolos.
NOTA:
Texto extraído de su libro “LA VIDA MÍA”
SU NACER A SU VIDA: INICIO SUS PADRES SU FAMILIA SUS ESTUDIOS
SU PROFESIÓN: INGENIERO ESCRITOR ACADÉMICO PINTOR VIAJERO